Me produce una profunda satisfacción observar la hiperactividad existente durante estos días en los núcleos urbanos de nuestros pueblos y ciudades, donde las plantaciones vuelven a ser taladas, las losas rotas se reponen, las máquinas barredoras limpian calles desconocidas y la grúa patrulla desquiciada como un buitre harapiento.
Esta hiperactividad está cambiando la anquilosada imagen que venían poseyendo nuestros cascos urbanos a lo largo de los últimos tres años, la de pedigüeños por doquier, y transeúntes mirando al suelo para esquivar el tropiezo seguro por la losa rota y visitantes de contenedores por la de jóvenes trabajadores que reparan esmeradamente las molestas losas y tapaderas mal ajustadas en las que hemos tropezado mil y una veces desde las últimas Elecciones Municipales.
Pero además de reparar las deficiencias existentes en las aceras por las que buscábamos alternativa para caminar debido a su estado de abandono, se ha producido la aparición del gusto por la estética y consecuentemente no han olvidado es recortar las zonas verdes para que los convecinos y convecinas puedan pasear sin temor al tropezón o a la molesta rama pinchosa en un ambiente que se percibe vegetal frente al contaminante del que huíamos.
Los núcleos urbanos están adquiriendo durante estas fechas prefestivas un ambiente que llama poderosamente la atención por su contraste con la imagen que venían proyectando a lo largo de estos últimos tres años, la imagen de descuido que provocaba la necesidad de fijar la mirada en el suelo para evitar la caída y que conllevaba la de las calles solitarias de las que se huía ante el temor a la inseguridad.
Pero junto a la satisfacción manifestada por esta nueva imagen en los núcleos urbanos de nuestros pueblos y ciudades, me surge la fundada duda sobre su permanencia, es decir sobre lo que durará esta imagen de hiperactividad que ha nacido, intuyo, ante la celebración de comicios electorales a lo largo del próximo año –Elecciones Municipales y Generales-.
Ante tales eventos, y con la que nos está cayendo con la despiadada ebullición de corrupción política, no está nada mal que Alcaldes y Concejales, parlamentarios y gobernantes autonómicos y estatales estén teniendo el detalle de animarnos las Navidades, permitirnos caminar con la cabeza alta y no fijada en el suelo así como respirar el siempre congratulante aroma vegetal.
Pero esta imagen ofrece una sensación que se me antoja falsa, porque se ha tenido que hacer necesarias unas elecciones para que los parques y jardines hayan podido ser atendidos con mano de obra barata y en todo caso sumamente necesitada, por lo que bienvenido el mantenimiento aunque no sea la época. Esta necesidad de mantenimiento es el que provoca la otra sensación de que a la ciudadanía nos han colocado en una posición por encima de nuestras posibilidades con fastuosas instalaciones superfluas que contrastan con las necesidades reales de innumerables ciudadanos y ciudadanas de todas las clases y condiciones sociales que han caído en el pozo de la pobreza y que no están siendo correspondidos por el primer principio social que debería inspirar la acción política de nuestros gobernantes como es la solidaridad, en expresión castiza de algunos de nuestros alcaldes “por el bien de los ciudadanos”.
Me parecen superfluas algunas obras que ni son demandadas por los convecinos y las convecinas ni se le prevén una función social, como la reconversión de los cascos históricos de pueblos y ciudades que han pasado de zonas comerciales neurálgicas a zonas residenciales.
En cualquier caso, las nuevas obras, que están generado una inhabitual superactividad en nuestros pueblos y ciudades, supondrán la carta de presentación de los candidatos a la reelección, al poder exhibir obras dignas de figurar en postales turísticas y núcleos urbanos tan limpios y arreglados como lo espejos. Obras que provocarán en el votante, a buen seguro, un flechazo que le servirá a esos candidatos a la reelección poder seguir otros cuatro años y que en muchos casos suponen un alarde de inmoralidad política que conlleva el realizarse obras de estética mientras conciudadanos y ciudadanas de toda condición social y credo religioso hurgan en los contenedores buscando algo con lo que subsistir.