Hace cuarenta años acudían a Garrucha visitantes de las comarcas del Levante Almeriense, Campo de Níjar y Cuenca del Almanzora para degustar las suculentas tapas de pescado a la plaza que en bares especializados ponían como estrella gastronómica de la localidad, erigiéndose los pescadores en el sector productivo de gran importancia.
Aún hoy en día acuden personas desde otros puntos de la geografía nacional pensando en encontrarse con aquellas suculentas tapas de pescado a la plancha, dándose de bruces porque ya solo existen raciones de pescado, y excepcionalmente una media ración. No cuentan que fuese la calidad, porque aunque quedan muchos menos barcos de los que se veían antaño en la dársena, sino el precio y el servicio lo que motivó un escándalo este verano pasado que salió en todos los periódicos del país e incluso es recordado a colación en tertulias telefónicas.
Unido a la inexistencia de tapa de pescado a la plancha, que no ha quedado un solo bar donde la pongan como tapa, se encuentra el servicio y el precio, los tres pilares de la hostelería junto a la calidad: calidad, precio y servicio. Hay quien ve difícil que estos tres pilares se produzcan, pero solo basta con darse una vuelta por cuatro bares donde el pescado es la estrella culinaria de la tapa para observar que es posible, y además acertado, porque genera los suficientes beneficios económicos para subsistir una familia, y de ello dan fe cuatro bares en Ciudad Jardín/El Zapillo.
Ser amable no cuesta trabajo, y vinculado a la amabilidad se encuentra el agradecimiento por haber elegido ese bar y no otro de los muchos que hay. En Garrucha el servicio es bastante deficitario, e incluso salta a la vista, Por lo que un reciclaje podría estimular al cliente y recuperar el sentido comercial antaño existente cuando se aplicaba el proverbio popular de que “el cliente siempre lleva la razón”. Ha sido aceptada la ruta de la tapa en Garrucha como lo viene siendo en otras numerosas localidades donde se organiza, pero ello pone en evidencia sus carencias.
Y unido al servicio y a la calidad se encuentra el precio, habiendo sido asumido en Mojácar por estar produciéndose desde la llegada del turismo en los años 60, cuando a los de fuera se le cobraba un precio y a los del pueblo se les cobraba otro, y para mayor despropósito encontrándose ambos al lado el uno del otro por lo que sabían lo que les costaba a los de fuera la consumición cuando a los del pueblo era casi la mitad. Hoy en día se está produciendo la curiosa circunstancia de que en Mojácar no se sirve vaso de agua, pese a contar con una fuente a la que acuden personas de los pueblos limítrofes a llevarse la preciada agua, y se obliga al sediento cliente a consumir un botellín a precio astronómico; hecho que también está ocurriendo en algunos establecimientos de Garrucha.
Lamentablemente, “todo lo malo se pega”, y a Garrucha se le ha pegado lo dicho anteriormente de la vecina Mojácar, produciéndose espectaculares casos como el de cobrar por una cerveza 1.50€ a un lugareño y al de al lado por la misma cerveza e igual tapa 2.30€, 2.50€ o 3€ por el hecho de ser de fuera. Las quejas se escuchan por doquier y solo basta prestar un poco de atención para conocer lo que se opina de tal comportamiento.
Al ser una evidencia de la carencia de cualificación profesional en las personas de la hostelería, sería muy apreciado y muy útil que el Ayuntamiento de Garrucha impartiera un curso de reciclaje para evitar dantescos espectáculos como los del verano pasado y los comentarios privados por el trato recibido y el precio cobrado.
Esa es la triste realidad con las tapas de Garrucha, poca calidad y alto precio. Desde que se jubiló Pedro Caparrós aquí se ha acabado comer buen pescado a la plancha en la barra del bar.