La geografía española, y como no podría ser de otra manera la andaluza, particularmente la almeriense, se está plagando de pequeños dictadorzuelos que pretenden emular al instaurador del Régimen que erigió a los españoles en reserva de Occidente y que cuarenta y un años después sigue inspirando a gobernantes de tal forma que les ha hecho creerse Franquitos.
Comportamientos en los que no deben reflejarse responsable político alguno son los que le hizo exclamar a una contertulia que “Franco no ha muerto!”, toda vez que la más honrosa herencia que podemos dejar a nuestro paso por lo terrenal es que nuestra memoria se prolongue en el tiempo y nuestra forma de actuar se vea reflejada en muchos congéneres sin que importe el ámbito territorial. Un legado político que ya desearíamos muchos para nosotros que se prolongase casi medio siglo, en el convencimiento de que sus más fieles seguidores se encuentran instalados en la clase dirigente de la principal fuerza política en España y de la que no escapa en la Oposición, que sin capacidad para liderar una opción política ejercen el control de manera férrea y con éxito a tenor de los resultados.
Otro contertulio aseguraba que “contra Franco vivíamos mejor”, lo que habría que colocar en el congelador porque lo positivo que tiene una referencia que encauza una acción masiva se torna en una negativa actuación sobre la sociedad. Esa situación negativa solamente tiene de positivo el estímulo que genera en su contra, estímulo que los llevamos ya medio siglo conocimos en sus más diversas variantes y que los menores de esta edad deben conocer por los libros de Historia. Lo cierto es que, según algunas voces autorizadas, supuso su obligado arraigo más vidas que durante su alzamiento contra la voluntad mayoritaria de los españolitos de a pie y para otros fue un sacrificio. En cualquiera de los casos, el componente en cuestión nos conduce a corregir el viejo proverbio que aseguraba que “cualquier tiempo pasado fue mejor” y los que sostienen que “la Historia se repite, porque es cíclica”.
Si cruel, y digo bien, fue el Régimen de Franco, lo peor que ha podido dejarnos, la peor herencia que nos ha podido dejar, como decía, es el ejemplo en que se están reflejando muchos de sus emuladores, adoptando métodos que bien parecen copiados de un manual del buen franquista, y éstos lo están ejercitando responsables gubernamentales. Crueldad en grado sumo por cuanto llevan su comportamiento hasta el ensañamiento contra los que consideran potenciales adversarios políticos, que generalmente ejercitan sobre la vida personal ante la impotencia e incapacidad de hacerlo a nivel ideológico, profesional o público como establecen las reglas del juego democrático.
No les sirve hacer daño por el mero hecho de castigar como método para corregir un determinado comportamiento sino que persisten sin conciencia y sin pasión porque lo que pretenden no es aniquilar sino provocar que el sufrimiento se prolongue en el tiempo ante el regocijo del gobernante que adquiere carácter de psicópata que ve a su adversario desvanecerse. Y esto sucede en la realidad, no es fruto de la imaginación como hemos podido observar con lo sucedido a la Senadora Rita Barberá y como si hubiese causado un remordimiento de conciencia la están reconvirtiendo en un icono, sino que se oculta por principios morales, prejuicios sociales y en la creencia de que mejor es sobrevivir que mal vivir, aunque evidentemente todo tiene un límite.
La proliferación de responsables políticos gubernamentales que ejercitan métodos inquisitoriales contra sus potenciales adversarios políticos, ante los suyos comparecen reencarnándose en mártires y cuando mendigan el voto popular del que se nutren lo hacen como falsos serviles, es lo que a muchos nos hacen proclamar ¡Almerienses, Franco no ha muerto!.
En muchos pueblos y ciudades de nuestra geografía ¡Franco no ha muerto!, sus calles siguen rememorando a presbotes del Franquismo, los comportamientos que se llevan a cabo son los ejemplarizantes que se veían y escuchaban antes de padecer, y han construido un pesebre desde el que complacen a sus siervos sin más criterio que llenar el estómago día a día, poder resarcirse socialmente y disfrutar de lo que siempre ha carecido, entre otras cosas de dignidad, que es lo último que se pierde y lo que con frecuencia se ofrece en bandeja como prueba y testimonio de lealtad mal entendida.
Es esa lealtad, ese tipo de lealtad la que con cada vez mayor frecuencia induce a aflorar los más recónditos comportamientos que ha servido para nutrirse de los bien pensantes, parsimoniosos y aletargados que sigilosamente en unos casos y en otros con sumo descaro para su deleite. En fin y todo tan real como la vida misma, que es lo que está sirviendo para que la mayoría social silenciosa empiece a tomar conciencia de que los principios en los que se basaba el Régimen de Franco siguen siendo os que ejercitan algunos de sus emuladores.