A los cuarenta y cuatro años de liberados oficiosamente de la dictadura y encontrarse la fe cristiana en su momento más bajo de aceptación popular, me encomiendo a Dios para que bendiga la confianza porque gracias a ella hemos llegado a conocer las fechorías que nuestros representantes políticos están haciendo en el ejercicio de las funciones encomendadas por sus votante para ostentar el cargo público desde el que defender los intereses sociales.
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Escasos, pues no se me viene a la mente ninguno en estos momentos, de un caso de corrupción política que haya sido descubierto por una persona que no haya contado con la confianza de quien lo ha protagonizado, ya que sistemáticamente todos los casos de corrupción política que han cubierto nuestro cielo patrio han aflorado por personas de confianza de los cargos públicos corruptos.
Es una connotación que llama poderosamente la atención, porque supone un craso error de concepción del gobernante a la hora de conformar su equipo. Ello sucede a ambos lados de la línea imaginaria del mapa político, pero con mayor énfasis, como se está observando, en la Derecha que en la Izquierda. La Derecha designa a los componentes de su equipo únicamente por la confianza y no por la profesionalidad, al entender falsamente que la confianza supone una garantía, y nada más alejado de la realidad, tan alejado que los españolitos y españolitas de a pie, agnósticos y creyentes, al unísono exclamamos ¡bendita sea la confianza!. Pero más que la confianza en sentido literal, el ‘Caso Cifuentes’ aporta la necesidad de contar con algún desmérito al que poder recurrir si fuese necesario para condicionar la acción política y estar supeditado al estricto control del Partido Político.
La confianza, dice Doña María Moliner, en su Diccionario de Uso del Español, es la “actitud hacia alguien en quien se confía”, y confiar en alguien supone “actuar con excesiva seguridad, sin tomar las debidas precauciones, en algo”. Y aquí se encuentra la causa que ha generado el clima de corrupción política por el que estamos atravesando, esperemos que solo sea de paso y no se dilate mucho en el tiempo. He aquí la torpeza de nuestros gobernantes al actuar en al tremebunda seguridad de que nada ocurriría debido a la confianza depositada, pero hete ahí que la persona de confianza suele contar con otros valores muy distintos a los de la persona que actúa con profesionalidad. ¡Bendita la confianza!.
La confianza es un valor etéreo que deja a quien se asienta en ella sobre un vacío, y a un gobernante a merced del abismo. Gobernar con la confianza como principio que inspira su acción política es cogobernar con el chantaje, y cuando este acaba empieza el escándalo en el caso de los cargos públicos porque es lo que más le mina tanto en lo personal como en lo político, la suerte es que nos hallamos en un país llamado España en el que existe la extendida opinión de que solo posee cárceles para pobres. Es lo único positivo que genera la confianza, el ser vapulead@ públicamente a cambio de no devolver lo amasado.
Sin embargo, el profesional basa su comportamiento en otros valores, tiene otros principios y supone una mayor garantía para el gobernante, ya que nunca generará escándalos públicos sobre asuntos profesionales. El profesional puede llegar a conseguir la cuadratura del círculo.
Afortunadamente para el españolito y la españolita de a pie, muchos de nuestros gobernantes han conformado sus equipos en base a la confianza alimentada con el desmérito, ¡bendita confianza!, y gracias a esa confianza hemos podido conocer las fechorías que han estado haciendo en el ejercicio de su cargo público. La frustración con que contamos estos españolitos y españolitas de a pie que esos cargos públicos luego recurren a los mejores profesionales para que les saquen de donde los han metido las personas de confianza de su equipo. Pese a ello, ¡bendita sea la confianza!.