Sabido es, amable lector que distrae su tiempo en este espacio periodístico, que yo no creo en las casualidades, por lo que consecuentemente el vil atentado terrorista en Barcelona pienso que ha sido tan intencionado como elegido el lugar en el que llevarlo a cabo. Y como no creo en la casualidad me llama la atención que se haya producido en Barcelona, la capital de una comunidad autónoma con un elevado grado de inestabilidad social y política que ha proyectado hacia su exterior una gran preocupación y ninguna manifestación, por ahora, de complicidad con las pretensiones de su Gobierno.
Desde mi humilde punto de vista, Cataluña está cometiendo el segundo gran error de su Historia, porque no se me podrá negar que los catalanes no gozan fuera de su región con una corriente de simpatía, y, lo que es peor, las muestras de rechazo son de agrado para un sector social allende sus fronteras. La antipatía al catalán no es nuevo, ya existía en el Régimen de Franco, y ahora se ha agudizado por el carácter, al parecer genético, existente en un sector de la clase política dirigente, que obviamente cuenta con una base social por pequeña que sea.
Por momento pienso que muchos dirigentes políticos catalanes están sumidos en la inconsciencia por lo anteriormente reseñado, que deberían conocer, y que conociéndolo supone una elevada manifestación de incapacidad para la ostentación de un cargo público. Pero ello con conduce a “la pescadilla que se muerde la cola”, porque los candidatos cuya honradez es más cuestionada son los que obtienen mejores resultados electorales, con lo que se puede argüir con absoluta razón que hay más corrupción en la ciudadanía que en la clase política, por lo que ninguna razón hay para quejarse.
Pues bien, a sabiendas de la consideración histórica que suele existir en sectores sociales fuera de Cataluña, me parece un ejercicio totalmente irresponsable demandar la independencia del Estado español cuando constitucionalmente no es posible y porque la tendencia del mundo es la unidad o globalización y no la constitución de reinos de taifas. Pretender algo que no es legal ni políticamente viable me parece propio de un grupo anti sistema y no de un Gobierno constitucionalmente constituido, porque desde el instante que proclama llevar a cabo una acción ilegal se convierte en un grupo carente de capacidad para perseguir cualquier acción que se acomete fuera de la Ley en su territorio.
Así, pues, si el Gobierno catalán fuese consciente del grado de simpatía que los catalanes tienen fuera de Cataluña debería llevar a cabo un ejercicio de responsabilidad, y establecer un cuadro comparativo con el País Vasco, donde con medio siglo de terrorismo se acogen a los vascos con suma satisfacción en el resto de España. Por tanto, no solo económicamente está el Gobierno catalán conduciendo a Cataluña hacia una región subvencionada sino que socialmente está produciéndole un daño irreparable que costará mucho tiempo y esfuerzo en reparar, pues aún no han sido capaces de lograr de vencer la antipatía que desde hace tanto tiempo proyectan sobre una capa social española, a la que habrá que sumarle la que genera los anhelos independentistas.
Y en este contexto habría que insertar la elección del atentado terrorista en Barcelona y no en cualquier otro punto geográfico de España. Yo, como decía al principio, me resisto a creer que ha sido fruto de la causalidad y por consiguiente no creo que lo haya sido por motivos turísticos, climatológicos o estacionales, sino que, antes bien, pienso que algo podría haber influido la situación política que se está viviendo en Cataluña. Si así fuera, nos encontraríamos con una situación similar al 11-S, cuando el propio hecho determinó el Gobierno de España.