Señalaba ayer que ninguna de las promesas electorales que hizo el PSOE en Garrucha se ha cumplido, haciendo bueno la celebérrima frase el recordado Profesor Tierno Galván diciendo que ‘las promesas electorales se hacen para no cumplirlas’, pero dando por bueno que ni conoceremos el estado en que dejó el PP el Ayuntamiento ni veremos bajar más el impuesto a los bienes inmuebles, lo que me resulta llamativo es que tras año y medido en la Alcaldía se le pueda atribuir ninguna obra que se le asocie.
Porque no solo ha incumplido todas las promesas electorales que hizo sino también está olvidando Mary Toñi que acordó quitar las placas que le han hecho entrar en la Historia de Garrucha a su inmediato antecesor, algo que en todos los municipios en los que se practica cuando por él ha pasado algún Alcalde con afán de hacer Historia.
Ni siquiera el mantenimiento diario del casco urbano se está manteniendo durante los doce meses del año, pese a ser un municipio eminentemente turístico que es visitado durante las cuatro estaciones y en el que la pesca ha pasado a ser una actividad secundaria tras haber sido desplazada por la hostelería. Si antaño surgía la necesidad de ayudar en la medida de lo posible desde el Ayuntamiento a los pescadores, en la actualidad se ha creado un sector productivo con plataforma deslizante, o dicho coloquialmente ‘con pies de barro’. La razón es de libro, en un pueblo al que se iba a comer pescado invito a que me digan donde ponen una tapa de pescado a la plancha porque, en mi opinión, ha pasado a ser un artículo de lujo y este verano tuvimos la ocasión de escuchar el altercado que se produjo con la gamba como protagonista. El sector de la hostelería en Garrucha necesita ser reciclado, porque no solo ya en el servicio sino en las consumiciones se pueden producir dos situaciones provocadoras para el cliente, como son el cobrar dos precios distintos según sea local o visitante el cliente y el descontrol en los precios al haberse cobrado tres cantidades distintas en un mismo día por la misma consumición. Y la iniciativa para evitar que espectáculos como el de este verano se produzcan corresponde al Ayuntamiento, quien debería moderar el buen funcionamiento de un sector en auge y que puede verse determinantemente afectado por la falta de profesionalidad.
Desde mi humilde punto de vista, en un pueblo no se vive exclusivamente de obras mastodónticas que no por necesarias necesitan ser complementadas, muy especialmente, por el factor humano. Yo he conocido a Alcaldes con una gestión espectacular que en la campaña a la reelección le preguntaban quien era el Candidato a la Alcaldía, porque se había pasado los cuatro años del primer mandato en su despacho sin recibir a sus convecin@s. El resultado no por obvio diré que fue la pérdida de la Alcaldía. Así mismo se ha dado el caso de que votantes que le pedían cambiar una farola colocada en la puerta de su garaje o en medio de la acera no eran atendidos y adversarios políticos les prometían dar cumplida satisfacción a sus demandas, lograr la Alcaldía y en la reelección obtener mayor número de respaldo popular por haber atendido las pequeñas reivindicaciones de los vecinos y vecinas que iban a verle porque a todos recibía y a todos saludaba en sus paseos cotidianos a los que se aficionó y a los nunca renunció.
El que vengo en llamar ‘síndrome de la Alcaldía’ suele generar situarse por encima de sus convecinos y convecinas, de ahí el proverbio ‘si quieres conocer a fulanic@ dale un carguico’, dándose el resultado generalizado de no repetir en la reelección, en tanto que el Alcalde que se preocupa por la vida cotidiana de tod@s ha obtenido mejores resultados electorales que la primera vez. Una práctica que suele darse, y que los adversarios políticos combaten sobremanera es la de pasear, saludar y conversar con todo quien se encuentre.
Ésta es una práctica que se suele adquirir hasta llegar a la Alcaldía y como sucede en Garrucha pronto se convierte en una carga que se niegan a llevar. Sucedió con Juan Francisco al principio, como digo, de ser Alcalde cuando campechanamente degustaba unas fresquitas cervezas en un populoso bar del Paseo Marítimo o en la playa de Villajarapa y cuando empezaron a transmitirle quejas cambió de rutina. Por cierto, como también le ha sucedido al superconcejal José Caparrós, a quien se le veía todos los días en la tertulia de un bar en el puerto pesquero y cuando consideró que las preguntas llegaban a molestarle y los intereses eran contrapuestos abandonó esta rutina para subirse en su coche con unos amigos y alejarse de quienes considera problemáticos.