La actualidad política me induce abordar este problema generado por los meritorios y palmeros, especímenes que se suelen identificar con los carroñeros y a los que se les suelen calificar con los epítetos más variopintos pero casi todos sinónimos. Me comentaba un amigo su peripecia laboral y señalaba que estos especímenes sistemáticamente tienen el mismo comportamiento basado en hacer méritos antes el Jefe para ser promocionados, lo cual es algo loable en principio pero se torna en demencial porque no supone un ejemplo a seguir sino por el contrario una actitud a denunciar al suplir la capacidad.
Este comportamiento que tienen los susodichos especímenes que generosamente vengo en llamar meritorios tiene como propósito exclusivo y único conseguir un ascenso laboral, que repito es loable y honra a cualquier trabajador con aspiraciones, pero los mencionados especímenes suelen seguir las mismas pautas que no son otras que la descalificación de los compañeros potencialmente competitivos y supuestamente más capacitados a los que hay que anular por cualquier medio a su alcance y con la ayuda inestimable de terceros. Esto es una práctica que suele producirse con desgraciada frecuencia en el ámbito de lo laboral pero que se torna dramático cuando sale de lo laboral y se produce en la actividad política que es la objeto de atención preferencial aunque en ocasiones colateralmente me introduzco en otros terrenos al verse afectados por lo político que en lo reseñado es quien lo fomenta. Pues bien, mi atención converge única y exclusivamente al ámbito político, y así se viene ocupando este espacio periodístico en los más de treinta años de su existencia, por cierto con todo tipo de suerte, como se diría en términos taurinos, y durante los que el amable lector viene distrayendo su atención en este espacio periodístico.
Lo descrito en el ámbito privado, decía, adquiere especial virulencia en el político, y así lo vengo a denunciar en cuantas ocasiones que se me brindan, porque los personajes políticos meritorios se convierten en los más temibles, desde los cachorros que aspiran a vivir toda su vida de los demás a modo y ejemplo de los maduritos consolidados que lo desean lograr, porque hasta este punto de su trayectoria vital no han sido capaces, en la inmensa mayoría de los casos, de su profesión, el que la tenga, y ciertamente también estimulados por la avaricia, de la que suele decirse que ‘rompe el saco’ por ilimitada.
Este tipo de personajes, los meritorios que son los objeto de reflexión hoy, comienzan por hacerles el traje a medida al Jefe, que cualquiera que sea merece el aplauso forzado pero espléndido y entusiasta que deberá ir acompañado por algún otro hecho que avale a los aplausos al haberse convertido ya en palmeros profesionales y por tanto subestimado por su frecuencia y duración en el tiempo pero que será determinante para que su camino hacia el pesebre de lo público, como son las arcas públicas, aquella que se engrosan con el dinero de los incautos e benevolentes españolitos y españolitas de a pie.
El meritorio se ha consolidado como palmero consagrado y entusiasta sastre con lavandería, aunque en general suele ofrecer todo tipo de servicios, lo que convierte a este espécimen en un consagrado y detestable que es solamente sustentado por el Jefe que va depositando en él una gradual dosis de confianza. Bendita confianza solamente avalada por las palmas y su conversión en el largo brazo, porque al final será a quien se debe y por muy carroñero en que se haya convertido le traicionará caso de no ver cumplidas sus expectativas o insatisfecha su avaricia. Por ello, bendigo la confianza, porque gracias a ella hemos podido conocer todas las tropelías que hacen esos personajes públicos con cargo a los dineros de toda la ciudadanía.