No estoy siendo duro con la clase política dirigente del Partido Popular, a la que hace un lustro pedía que su renovación conllevase una regeneración, y ello después de pedir una refundación de la organización política como hizo Don Manuel Fraga con Alianza Popular en una decisión que le hizo cambiar su papel en la Historia Contemporánea de España.
Pero pedirles a sus herederos ese acto de grandeza era mucho, y durante estos días se está constatando que era demasiado. Ha tenido que suplantarles Luis Bárcenas, y es el extesorero el que ha provocado la que venía siendo una imperantemente y necesaria refundación del Partido Popular. Es a Bárcenas al que hay que atribuirle, si ya no se ha encauzado, la renovación y regeneración políticas en el PP a las que se están resistiendo numantinamente sus dirigentes, pero no dudo que conducirá a una refundación, y hablo de refundación porque su filosofía política no es la demandada por Derecha en España ni se encuentra homologada en la Europa del momento por más que se consiguiera entrar en la federación de partidos políticos de su espectro socio-político.
Disquisiciones filosóficas aparte, no resulta atrevido aseverar que España se encuentra inmersa en un clima agobiante provocado por la corrupción política que ha generado una psicosis social sin parangón con la que se vivió a finales de los 60 con el Caso Matesa y primeros de los 70 ante la desaparición del Franquismo. La España Institucional se encuentra hoy bajo sospecha y obviamente no es el más adecuado no solo para el desarrollo económico y el progreso social de un país sino para la convivencia cotidiana de un país, mucho menos en una situación como la generada por la crisis económica que necesita justamente de lo que carece, por etéreo que lo sea como es la confianza.
Si este estado de cosas puede calificarse de grave sin temor a ser desmentido, mucho más lo es la pasividad con que se afronta, y más que pasividad me atrevo a decir que desdén, porque Iñaki Urdangarín deambula por Suiza, con todo su significado, como miembro de la Casa Real, Bárcenas está consiguiendo inspirar el más elevado grado de confianza en la sociedad de un expresidiario, y muy por encima de la del Presidente del Gobierno, en tanto que la sociedad española permanece impasible al ademán por el atroz miedo que siente a perder lo poco que tiene. Nos encontramos ante una situación, incierta, pero nucleada por la mayoría silenciosa, que está permitiendo que los corruptos administren la corrupción generada y se expanda por los más recónditos lugares de la sociedad en general.
Ya no se hacen distingos sino que metemos a todos en el mismo saco, pese a la nauseabunda percepción que provocan las iniciativas parlamentarias de grupúsculos políticos en alza justamente porque evidencian que no existe discriminación sino que todos se encuentran en la misma situación y reaccionan como fuenteovejuna. Y entiendo que lo hacen en la certeza de que la mayoría silenciosa actuará como cortafuegos ante cualquier situación adversa y por consiguiente permitirá a la clase política dirigente administrar la situación que ha provocado.
Una mayoría social silenciosa que se ha aliado con la clase política dirigente y de la que se ha convertido en corresponsable al haber aceptado las migajas con que le está pagando el elevado grado de permisibilidad. Recuerdo que durante el Franquismo se decía que el amiguismo era uno de los pilares que sustentaba al Régimen, pero el apoyo explícito que la mayoría social silenciosa está brindando a la corrupción multiplica la situación anterior.
Un apoyo explícito que se manifiesta en todos los órdenes, desde la acción política local como base de la pirámide hasta la nacional desde la que escuchan los exabruptos y las peripecias de manera más visible y objetiva debido a la distancia. Comentaba, tras los comicios electorales locales, en una de mis reflexiones políticas, el gran apoyo popular obtenido por los candidatos imputados o sospechosos de estar involucrados en algún caso de corrupción, y lo justificaba precisamente al haber sido partícipes de ella.
A la ciudadanía no se le escapa ni una sola Institución Pública exenta de corrupción, y es en lo que me vengo basando para demandar, no solo una renovación que conllevara una regeneración como lo pedía al principio, una refundación del sistema político de libertades públicas del que venimos disfrutando desde hace 40 años.
Toda generalización tiene sus excepciones pero a esta corruptela expandida por nuestra sociedad al completo no ha sido ajena el españolito y la españolita de a pie para que en la actualidad pueda denunciarse sin temor a ser desmentido que estamos conviviendo en una sociedad corrupta. Y naturalmente la responsabilidad, en su acepción más estricta, es directamente de la clase política dirigente pero la ciudadanía no es ajena a ella, cada cual con su cuota.